A pesar de lo mucho que deseamos que lleguen las vacaciones, el verano puede resultar una época complicada en el ámbito emocional. La pérdida de la rutina y la actividad estructurada fuera del hogar, la reducción de la actividad social habitual, o el aumento del tiempo de convivencia con la familia, puede suponer una importante fuente de estrés y frustración para la persona.

La nueva rutina, a la que muchas veces se incorporan familiares con los que pasamos unos días (padres, madres, suegros, suegras, cuñados, cuñadas…) exige que nos adaptemos de forma casi inmediata a un cambio de roles que no siempre nos hace sentir cómodos, a diferencias de criterios o formas de enfocar la realidad, e incluso a temas pendientes que pueden hacer emerger conflictos o confrontaciones con los que no sabemos lidiar.
Tomar conciencia de cómo nos afectan estas circunstancias nos ayudará a elegir de forma consciente cuál queremos que sea nuestro rol y en qué conflictos es el momento de entrar o postponer. “Huir” no siempre es de cobardes.
Otras veces, somos más conscientes del vacío que han dejado personas que ya no están, pudiendo experimentar sentimientos de tristeza o punzadas de dolor. No se trata de un proceso patológico en si mismo, pero si son emociones que pueden descolocarnos o frustrarnos mucho. De la misma forma que cuando nos metemos en la playa, las olas nos envuelven pero luego retornan al mar, y no podemos poner una barrera para que no nos mojen, escuchemos esas emociones dejando que den paso nuestro presente, poniendo el foco en cómo ese legado forma parte de nuestra vida y nos ha hecho crecer.
En el caso de los y las niñas, pese a tratarse de una gran oportunidad para compartir tiempo y experiencias con ellos y ellas, muchas veces los padres y madres nos sentimos un poco sobrepasados por la intensidad de esa convivencia. Los y las pequeñas de la casa también se ven afectados/as por el cambio de entorno, rutinas y personas con las que se relacionan, perdiendo muchas veces la sensación de seguridad con la que habitualmente se desenvuelven. Las conductas impulsivas, la dificultad para autorregular su comportamiento, las rabietas e incluso la conducta desafiante pueden ser el resultado de este proceso de adaptación. Necesitan nuestra presencia empática y serena, con limites claros, pero sobre todo, nuestro cariño incondicional.
Por último, el aburrimiento: ese “gran temido” por mayores y pequeños/as. Quizá no sea más que ese vacío por no tener tan estructurado el tiempo y la tarea a realizar, o la frustración por no estar cumpliendo unas altas expectativas en relación a las vacaciones.
Démosle la vuelta: ese sentimiento podría ser como el lienzo en blanco de un pintor, que está a punto de dejarse llevar por su magia interior para crear algo maravilloso. Aprovechemos para conectar con nosotros/as mismos/as y redescubrir lo que nos gusta de nosotros/as, lo que nos gustaría y lo que queremos dejar atrás.
Respirar, observar, conectar y ajustar nuestras expectativas. Estas 4 acciones nos ayudarán a disfrutar más nuestro verano. Tratemos de dar un sentido personal a nuestras vacaciones, a nuestro periodo de descanso, que será diferente en cada caso, según nuestras circunstancias. Y sea como sea, no olvidemos tratarnos con cariño.
Y tú, ¿cómo vives el verano?
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