Solemos pensar en el embarazo y la maternidad como experiencias maravillosas, cargadas de entusiasmo, ilusión y felicidad, y aunque muchas mujeres pueden valorar su experiencia así de forma global, no podemos ignorar o minimizar la montaña rusa emocional que supone ni los retos que ponen a prueba capacidad de adaptación y afrontamiento de la mujer.
Ya sea en el marco de una relación de pareja o de forma individual, la maternidad suele estar
rodeada de expectativas (no siempre realistas) y presiones sociales y culturales que pueden
afectar a la salud y bienestar de la mujer. Con este post queremos desmitificar esta
experiencia, tan condicionada por las circunstancias de cada persona y su contexto e historia
personal, para validar todas esas vivencias.
No todas las mujeres entienden la maternidad de la misma forma ni se sienten igual de
motivadas a convertirse en madres. Es lícito el temor a perder nuestra identidad y sentirnos
abrumados por los cambios y responsabilidades que conlleva la crianza. Identificar miedos,
cuestionar los modelos que tenemos de referencia y flexibilizar nuestros esquemas nos
ayudará a sentirnos más seguros a la hora de afrontar este hito del ciclo vital.
Vivimos en la era digital, y con ella la presión de “saber de todo” y posicionarnos de forma
firme en relación a cualquier tema. Muchas mujeres se sienten juzgadas y observadas a la
hora de adaptarse y manejar las distintas realidades que supone su maternidad, y en muchos casos frustradas por no conseguir “hacerlo bien”. Recordar que la perfección no existe y que cada experiencia es única, puede ayudarnos a manejar emociones negativas como la ansiedad y la culpa.
También podemos sentirnos profundamente desilusionadas o frustradas cuando nuestra
vivencia no coincide con las expectativas creadas. Como decíamos, las circunstancias y
recursos de cada mujer, su dinámica relacional con su pareja si la hubiera y su contexto
familiar hacen que cada una afronte la maternidad de forma muy específica. Es fundamental
encontrar un espacio en el que poder expresar nuestros miedos y frustraciones, liberarnos de toda esa carga emocional, y sobre todo, sentirnos cómodas y seguras en nuestra forma de vivir y entender la maternidad sin perder de vista nuestros propios valores.
Por último, pese a que nuestra cultura a menudo nos traslada la idea de que debemos ser autosuficientes, pedir ayuda no es un signo de debilidad sino más bien de fortaleza y autoconocimiento.
Sentirnos escuchadas y comprendidas es tan importante como no sentirnos ahogadas por las tareas y responsabilidades diarias. No estamos solas en este viaje, y compartir nuestras experiencias puede fortalecer la conexión con otras madres y la posibilidad de construir una sólida red de apoyo.
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